Al levantarse, lava sus dientes mientras lee un cortísimo fragmento del último libro (sobre teoría sociológica casi siempre) sustraído de la biblioteca.

Pero no porque sea su costumbre. O al menos no lo cree así. Es porque olvida lavar sus dientes en la noche y cuando amanece y su boca sabe a una mezcla de las últimas pesadillas, siente que inefablemente debe limpiarla. Refrescarla con esas burbujas de menta que a menudo gotean dos, tres veces sobre las páginas.
Luego corriste a escribir en esta página. Corriste porque sabías que de lo contrario hubieras desistido de escribir tan rápido como escribes ahora. Debías ser tan veloz como tú, tan luz de la mañana, tan ajeno al tiempo quizás porque tiene tanta voluntad como tú, tanta, tan poca, qué interesa. Tan música.
Oyes música y está tan alto y tú ignorándola.
O más bien todo lo contrario. La absorbes al punto que se vuelve parte de tu piel, que te adhieres a ella y parece que la ignoras y parece que escribir sobre ella es escucharla. Evidentemente vas tan a su ritmo, tan a su inconsciencia del ritmo, como cuando pasas los días olvidando tu propia inconsciencia de ti mismo. Creo que es suficiente, creo me has entendido, ¿cierto?, y habiendo escrito algo tan rápido y tan a tiempo, a la vez, porque tiempo tienes de sobra, ahora que no existe el tiempo, puedes estar agradecido de haber corrido o si no te hubieras distraído y emprendido alguna otra búsqueda…
Digamos... la búsqueda de un Dios, aunque no sé para qué me dices eso si aún no sé que voy tras un Dios.
Entonces no serías capaz de conservar el escrito. Si es que a esta página puedes llamarla un escrito. Al menos sabrás que estará en un anaquel para siempre. Si estuvieras escribiendo en un papel, en un trozo de pared, en tu propio cuerpo o en un pensamiento silencioso, no cabe duda: lo perderías para siempre y lamentarías descubrir cuán cerca estuviste de experimentar el siempre sin lograrlo. Al acudir a la página aseguras la permanencia más allá de cuán volátil sea lo que escribas.
Hablo como si experimentara la realidad y una especie de suposición de la realidad pensada por un yo futuro. Ello es así porque no me siento escribiendo sino leyendo mi propio escrito, de modo que siento, por ejemplo, el alivio de saberlo a salvo entre mis manos antes de terminarlo.
Pero hay sin duda un peligro en dejarme tentar por el alivio, pues si me regodeo demasiado en él puede que me olvide de enviar el escrito y todo se irá al diablo. Es como si tardaras en ver mi propia intención, mi oscura y futura intención de no terminar este escrito jamás, de no fijarlo a la realidad, de embelesarte amargamente con la evanescencia y dejarlo todo allí.